Estudios de Milgram sobre obediencia


… Después, con el tiempo, aprendí  que, aunque  todos los hombres somos capaces de lo bueno y de lo malo, los peores siempre son aquellos que, cuando administran el mal, lo hacen amparándose en la autoridad de otros, en la subordinación o en el pretexto de las órdenes recibidas. Y si terribles son quienes dicen actuar en nombre de una autoridad, una jerarquía o una patria, mucho peores son quienes se estiman justificados por cualquier dios. Puestos a elegir con quien habérselas a la hora, a veces insoslayable, de tratar con gente que hace el mal, preferí siempre a aquellos capaces de no acogerse más que a su propia responsabilidad. Porque en las cárceles secretas de Toledo pude aprender, casi a costa de mi vida, que nada hay más despreciable, ni peligroso, que un malvado que cada noche se va a dormir con la conciencia tranquila. Muy malo es eso. En especial, cuando viene parejo con la ignorancia, la superstición, la estupidez o el poder; que a menudo se dan juntos. Y aún resulta peor cuando se actúa como exégeta de una sola palabra, sea del Talmud, la Biblia, el Alcorán o cualquier otro escrito o por escribir. No soy amigo de dar consejos –a nadie lo acuchillan en cabeza ajena–, más ahí va uno de barato: desconfíen siempre vuestras mercedes de quien es lector de un solo libro”.
              Arturo Pérez-Reverte, "Las aventuras del capitán Alatriste. Limpieza de sangre", Alfaguara, págs. 155-156


El experimento de Stanley Milgram está pensado para explorar lo que ocurre cuando entran en conflicto las exigencias de alguna "autoridad" con la propia conciencia. ¿Por qué obedecemos a la autoridad? ¿Debemos obedecer siempre a al autoridad? Frecuentemente las personas tendemos a considerar que la mayoría de las personas son buenas y que hay muy pocos malvados. Incluso pensamos que nosotros nunca obedeceríamos ordenes claramente irracionales, provengan de quien provengan.
El test de Milgram sirvió para comprobar si la gente tenía que ser "mala" para que se la pudiera convencer de que realizara una "acción mala". El resultado: es muy fácil convencer a la gente de que someta sus creencias morales a un "reajuste". Se pidió a un grupo de estudiantes que administraran una descarga eléctrica a un compañero cada vez que diera una respuesta incorrecta. El "experimentador" (autoridad) los animaba a que siguieran "castigando" a sus compañeros en aras de la ciencia - aunque estos hubieran empezado ya a gritar y retorcerse de dolor-. Triste consuelo es saber que el sujeto que estaba siendo electrocutado era en realidad un "actor" que formaba parte del experimento. La indiferencia de la "gente corriente" que estaba infligiendo aquel dolor era absolutamente real.
La pregunta clave es ¿por qué pasa esto? es decir, ¿Cómo es posible que la presión de una persona con autoridad se imponga sobre nuestro sentido moral? 
Una conclusión importante que podemos extraer es que, aunque en general esperamos que sean las personas violentas las que cometan este tipo de actos, esto no siempre ocurre. En realidad las personas que actuaban se sentian normales, más bien propensas al bien. En realidad poco nos diferencia de ellas a no ser el tomar conciencia del poder que la autoridad puede ejercer en las personas, y en esa medida estar alertas.
Tradicionalmente los filósofos han desconfiado de la naturaleza humana no tutelada (excepción  hecha de Rousseau, un granuja redomado), pensaban que eran pocas las personas de las que se podía esperar un comportamiento ético y por ello las sociedades necesitaban un "hombre virtuoso" que las gobernara. Platón incluyó a las mujeres dentro de su definición de un "guardián" adecuado.
Confucio sintetizó la vida moral en una sola palabra: "reciprocidad". Esto, es  la universal "regla de oro" de la moral: no hagas a los demás lo que no desearías que te hicieraran a tí.

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